Centésimo principio

El largo tiempo que me separa. La emoción reencontrada que me une. Hace cuánto no abordaba mi diario de viajes. Eran mis horas ganadas a la fuga inevitable del tiempo. Reconozco mi triunfo sobre... mi triunfo pobre sobre los minutos que estuve obligado a perder en viajes. Hace cuánto ya, los pierdo en la atención del camino.
Pero ahora me dejo llevar otra vez, mi vapor surge hacia delante; bajo los zapatos vibra la ruta y veo: Nubes, chaparrones, encapotamientos, diluvio, todo lo veo; no lucho contra el agua, hasta el punto de volver a verla como agua. Cambio climático.
Es que, por azar, también se va. Es otra entrada válida. Dónde estaba tanto paisaje nuevo. Detrás de las pupilas o en los márgenes tempestuosos de la visión: Lo que llaman rabillo. Hoy miro por las sienes. Discierno lo que el rabillo no. Una estrella en el temporal, eso es un regalo. Blink of an eye.
Ir y dejarse llevar, tienen ambas su gusto. Esto es Avellaneda; su nombre botánico me hace suponer una verdad utópica en la que la ciudad, ese racimo de cemento, esconda al menos un santuario rodeado de avellanos. Hasta puedo sentir el sabor en mi boca. Boca, el puerto, las cajas, las luces, las grúas, el río invisible en la penumbra existe por los reflejos que lo componen. Y luego, la imagen que encierra todo lo que Buenos Aires es: Esa ciudad con río. La postal del Puerto Madero desde el puente de la autopista. Me encanta volver a entrar a Buenos Aires sólo para admirar ese segundo fugaz de postal.
Rayos agregados a la postal y al informe climático. Vuelvo a donde comencé, aunque siga siempre yendo. Aún yendo y aún volviendo, voy. Voy a poner mi pie en tierra y mis utopías a disgregarse lavadas por la lluvia, al menos hasta el próximo principio.





MARZO, 2012



1 comentario:

Anónimo dijo...

ni principio ni fin, eternidad